Residencia de mayores o negocio turístico ¿Para qué sirve una residencia?
Opinión/Josué Díaz Moreno, vicesecretario general del PSOE Almuñécar La Herradura
"Residir, fijar una residencia es habitar el territorio —un territorio—, transformarlo, moldearlo, hacerlo de uno, de muchos: tuyo, nuestro, de los que se fueron, de los que vendrán. Residir es dejar tu olor en las paredes de casa, incrustar la silueta de tus codos en la barra ennegrecida del bar o en el viejo mostrador de la frutería del barrio, dejar tu huella en otras gentes y grupos sociales con quienes se comparten historias y significados que nos arraigan y definen.
Residir es capturar el tiempo y el espacio al unísono por muchos y muchas, y darle a eso un sentido de vida, una ontología de lo relacional y lo en-común. Residir un territorio es establecer una compleja maraña de cuidados y afectos: cuidar de la naturaleza, del patrimonio histórico, del paisaje, de la familia, de los amigos y vecinos. Residir es, al fin de todo, el tiempo repetido, monótono, en una sucesión de quehaceres ordenados de acuerdo a una prelación de valores, necesidades e intereses. Residir es pesado, aburrido, insulso a veces, pero da seguridad, raíces, contexto, una mirada y un relato identitario.
En cambio, turistear, hacer turismo, es su contrario. Turistear es un tiempo excepcional, un lugar o una sucesión de lugares por los que pasamos, no estamos, y es invertir la jerarquía de necesidades: romper la tiranía de las rutinas, emanciparse de ellas, suspender normas, desinhibir los cuerpos y atender deseos, gastar cosas—dinero, salud, otras cosas, muchas cosas—, gastar sobre todo, todo el rato, todo lo que se pueda gastar. Turistear, digamos, en masa o como las masas, con agosticidad, con el móvil ardiendo en la mano y el caparazón rojo como los cangrejos, es también una forma de dejar huella, una huella más efímera y fútil.
Siendo tan contrarias, cuesta pensar que ambas formas de transitar el territorio puedan convivir sin tensionar las ciudades, los barrios y a sus gentes. Expulsar con violencia a pueblos originarios de sus tierras ancestrales para impulsar el turismo de pulserita a tutiplén en países del Sur, o expulsar a las vecindades de las capitales europeas para impulsar el alquiler vacacional, son dos prácticas globales de un turismo extractivo que amenaza las formas de habitar y residir los territorios. En Andalucía, por ejemplo, según datos del INE habría más de 96.000 viviendas destinadas a uso turístico vacacional. Daría para fundar la novena capital de provincia en la comunidad.
Aunque la coexistencia de ambos modelos parece cosa imposible, el verano pasado se puso en marcha en Almuñécar, joya de la Costa Tropical andaluza, un proyecto piloto que combina ambas categorías en un mismo espacio de servicios: residencia de ancianos y turismo vacacional. El talento emprendedor de estos paquetes turísticos de fusión total se desarrolló en la residencia María Auxiliadora. Aunque ya no la encontrarán en su web, lo cierto es que la iniciativa tuvo éxito.
Se conoce que la idea gustó —o no disgustó al menos— a quienes tenía que gustar para convencer a otros a quienes tal vez no gustaría de inicio, pero tenía que gustar para echar a andar el proyecto. Como en todo emprendimiento, podemos imaginarnos, hubo quien dudó y mostró reticencias, quien habló de abogados, permisos y seguridad jurídica. A lo que otros contestaron, podemos seguir imaginándonos, que no habría problema, que jugábamos en casa porque gobernaban los nuestros, que el riesgo era cero o que quien no arriesga no gana. Llegados a este punto, una vez invocada la máxima del riesgo ―podemos seguir imaginándonos―, pudiera ser que alguien quisiera dárselas de importante aludiendo a que tenía contactos —esa clase de contactos altos, esféricos, de sangre— donde importa tener los contactos (si quieren saber más, pregunten a las malas lenguas).
Los emprendedores, que en algún momento tal vez soñaron con ser galardonados con los premios Sirenita, los del Patronato de Turismo de Almuñécar —y por qué no, los Premios Andalucía de Turismo—, podemos figurarnos que se vieron a sí mismos revolucionando el sector de los cuidados. Cabe pensar en una conversación así. Tal vez empezara con una pregunta retórica: “¿No veis que es un modelo de negocio intergeneracional que da respuesta a una doble demanda: cuidados y turismo?”. A lo que otro imaginamos que respondería, sin retórica: “Además, juega a nuestro favor el envejecimiento de la población y que el sistema público de dependencia se viene abajo en Andalucía”. Otro nos figuramos que diría, o pensaría, pero no lo diría, o lo diría sin pensarlo: “Ya puestos, por qué no lo enfocamos como apartahoteles turísticos intergeneracionales: te vienes a visitar a tu padre alojado en la residencia y te quedas en el mismo sitio con un todo incluido. Verás que nos lo quitan de las manos”.
Pero en este mismo barrio, donde está la residencia, vivían también gentes que no son turistas, gentes a quienes el verano no libera de las rutinas, de los madrugones, trabajos y cuidados. Los vecinos y vecinas de Almuñécar se preguntaron por aquellos jolgorios allí donde justamente debía reinar el silencio y la calma propias de una residencia asistencial. Se informaron y lo denunciaron. Corrió el rumor y la protesta a través de las redes digitales, rumor que los medios de comunicación investigaron y la oposición política cuestionó: aquel innovador proyecto parecía ilegal.
En verdad no era un proyecto. Era una acción especulativa más; tampoco era innovador: era la vieja práctica de retorcer los límites del derecho en lo que parece un caso típico de capitalismo de amiguetes; era y es, precisamente, una actuación contraria al planeamiento urbanístico, como obra en el propio expediente sancionador del Ayuntamiento, porque la parcela donde se ubica la instalación tiene permiso de uso asistencial, no de explotación turística.
De todo esto hace justo un año en estos días. La presión de ciudadanía y oposición política forzó a que el gobierno municipal del PP abriera expediente a la empresa, y a que ésta cancelara la venta de habitaciones turísticas. Como las acciones protesta de los residentes que se movilizan en Granada, Málaga, Sevilla, o Cádiz, es sólo una pequeña victoria de quienes se oponen al turismo extractivo.
Frente a la avaricia de la acumulación sin límites de quienes tratan de convertir nuestras vidas en un espacio-tiempo mercantilizado, la acción de nuestros vecinos y vecinas nos invita a la resistencia por el derecho a habitar un territorio. Y, como cosa de vieja profecía, nos formula una pregunta ineludible: ¿servirán nuestras ciudades para construir comunidad y garantizar el bienestar de quienes residen, o se convertirán en simples mercancías para la especulación y el lucro de las viejas élites extractivas andaluzas de siempre?
Mientras tanto, seguimos esperando la rendición de cuentas del gobierno municipal y una sanción ejemplar por parte del Ayuntamiento (el expediente se cerró con una multa ridícula). Pero sucede justo lo contrario: el pasado mes de junio, el PP agració a la empresa con la bonificación parcial del95% del IBI. Además, la concejalía de Urbanismo estudia fórmulas para legalizar la iniciativa y la empresa está tramitando un Estudio-propuesta de creación de apartamentos turísticos senior dentro del espacio de la residencia.
No se me ocurre mejor manera de ilustrar cómo se diseña un traje a medida made in Marbellecar.
Lo peor de todo es que estas malas prácticas nos regresan a la vieja cultura del pelotazo urbanístico y a los turbios personajes de antaño. Y entonces, puedo imaginarme, que la pregunta más formulada durante el último año en los despachos y salones reservados de Almuñécar es: ¿para qué sirve una residencia, para qué otra cosa pudiera servir? Pregunta sobre la que seguirán insistiendo mientras piensen que, con el PP en el Ayuntamiento, hay barra libre urbanística y el derecho a la vivienda es una mercancía, y nuestras ciudades y barrios un nuevo El Dorado a explotar en busca de rentabilidades".