
Opinión / Josué Díaz Moreno
Anduve unos días por El Salvador, esa tierra chiquita del litoral Pacífico de Centroamérica ocupada por volcanes, manglares y violencias. Partí justo la madrugada tras las elecciones del 23J. No pegué ojo, la dulce digestión de los resultados del Gran Vuelco se me mezcló con las típicas cosquillas en el estómago previas a estos viajes. En este oficio de la cooperación no se deja nunca de ser novato.
Estuve recorriendo las tripas de este lindo país, conociendo los modos de habitar, de resistir y de decir de sus pueblos en los lugares más remotos: comunidades boscosas, tropicales y marinas, adentradas mar afuera o tierra adentro. En mis encuentros y diálogos con sus gentes he hallado una facilidad para contar, acompañada siempre de una media o una entera sonrisa que por el momento no quieren refrenar. Me dicen que les brota así, de natural, como un encantamiento repentino.
Aquellos usuarios de Facebook seguro conocen a Nayib Bukele, presidente de El Salvador. Puede que les suene algo de unos videos así, un poco raros, como promocionales de una serie de Netflix en la que se muestra a unos tipos encadenados, en calzones blancos, cuerpo tatuado y y cabeza rapada, sentados como animalejos enjaulados en el patio de una cárcel con pinta de moderna. No, no es publicidad o tal vez sí, según se mire, es la estrategia de militarización, seguridad y control penitenciario con la que el joven presidente ha logrado doblegar a las pandillas. Un modelo muy cercano a la doctrina del derecho penal del enemigo, la misma que EE.UU. promovió tras el 11-S focalizada sobre la comunidad musulmana, con la que Bukele tiene a cerca de 70.000 salvadoreños encarcelados, acusados de terrorismo por pandillaje, y mantiene en estado de excepción al país desde hace 17 meses.
(Bukele, que goza de tasas muy elevadas de aprobación y popularidad, es ya un referente para algunos actores de la región. Ha sido muy eficaz en los fines, pero los medios son cuestionables desde una perspectiva del Derecho Internacional de los DDHH ha recibido duras críticas por parte de NN.UU y la Iglesia Católica. Habrá que estar muy atentos a lo que viene: ¿cómo se desescala y cómo evoluciona este autoritarismo de Estado?, ¿Qué reflujo tiene en la región?).
Lo cierto es que durante mi anterior visita al país, seis años atrás, apenas pude transitar otros espacios que no fueran hoteles, oficinas y un puñado de comunidades donde el nivel de riesgo era anaranjado. No sé hasta qué punto los medios nos han informado lo suficiente acerca de las elevadas tasas de afectación cardiovascular en la generación de abuelos y padres salvadoreños y salvadoreñas. ¿Se han preguntado alguna vez cuántos asesinatos seríamos capaces de presenciar?, ¿Cuántos asaltos, extorsiones y amenazas de muerte sería capaz de resistir nuestra cajita de latir?, ¿Cuántos latidos de más o de menos sería vivir con el miedo al hijo asesinado, a la hija violada, al papá secuestrado? Tampoco nos llega mucho acerca de tantas familias expulsadas de sus casas a punta de pistola, simplemente porque el Jefe de Sección marero se encaprichó con la piscina y el jardín, ideales para invitar a barbacoa al diablo ríete tú ahora de la amenaza de los ocupas españoles.
A pesar de todo, El Salvador es uno de los pueblos más amables, educados y pacíficos que conozco de América. Aquí se organizan en Comités Comunitarios donde platican por igual mujeres, hombres, jóvenes y adolescentes para analizar los problemas del territorio y construir acciones conjuntas de desarrollo. Tienen mesas de trabajo, coordinación y rendición de cuentas con instancias de gobiernos municipales, celebran cabildos abiertos y elaboran presupuestos participativos. Ya ven qué loco todo.
El caso es que durante todo el viaje, un tropel de mariposas me ha estado revoloteando como persiguiéndome o acompañándose conmigo. Otra linda rareza de estos rincones, pero si José Arcadio Buendía encontró un galeón español tierra adentro en los derredores de Macondo, no seré yo quien niegue la magia de este continente.
Ha sido una semanita larga de emociones, de sentir esperanzas, de escuchar otros futuros que no sean solo de emigración. Me dijeron que aún les quedó un poco el susto a salir a la noche, pero que a fuerza de plantarse han recordado que son los monstruos quienes más temen a la oscuridad. Aún a riesgo de que suene empalagoso, he de confesarles que me he contagiado de sus alegrías, que me he liberado del acojone que desde hace días arrastraba arrastrábamos en casa.
Al principio era un miedo risueño, sarcástico: mi mujer decía que teníamos que aprovisionarnos de gomina para nuestro pequeño Víctor Hugo —por si VOX tomaba el Ministerio de Educación; y mi hermana consultaba precios de una vaporeta para cumplir con sus obligaciones maritales —por si VOX tomaba el Ministerio de Familia. Después el miedo empezó a ser más de verdad cuando las investiduras de los ayuntamientos.
De mi parte nunca lo di por perdido, a pesar de que es difícil escapar al pathos trágico del Destino fatal de la Izquierda, ese romanticismo derrotero cada vez más casposo, tanto o más que el otro de Hollywood del que ya hasta Barbi me han contado que reniega. Esta vez la derrota no traía nada de Odisea a manos de una Derecha radicalizada y ultra y con un candidato a la Presidencia del gobierno que, cual Pedro apóstol, había negado al menos tres veces la democracia española: primero cuestionando la fecha de la convocatoria; segundo sembrando sospechas de pucherazo a colación del voto por correo; y tercero insinuando averías malintencionadas en la vía ferroviaria Valencia-Madrid para impedir el voto el mismo 23J.
Es cierto que la española y la salvadoreña son sociedades muy diferentes, pero en estos momentos se parecen un tantito quizás. Tiene algo que ver con el estado de ánimo, con el valor de preservar la paz, siempre frágil, en todas sus formas militar, civil, social, cultural, comunitaria, con los liderazgos en disputa, la construcción de la verdad y la legitimidad política, con los caminos de la armonía o el conflicto, el progreso o el regreso.
No sé donde estuvo el punto de inflexión (emocional) que propició el Gran Vuelco. En mi caso fue Zapatero quien me activó. Irrumpió en la campaña elocuente, firme, vehemente, recordándonos que Benedetti seguía muy vivo. En los 12 mítines y 22 entrevistas que concedió nos exhortó con una oratoria cuidada, elegante, cadenciosa como el poema, recitando que no hay vida sin alegría, sorpresas sin locura. Que toda sonrisa es un modo de resistencia, Aquí o en El Salvador, en todos los rincones donde se conmueven, se retuercen y se activan las fuerzas de los débiles.
Zapatero nos hizo sentir orgullosos de lo conquistado en materia de igualdad, identidades y diversidades, protección y cuidados. Nos interpeló a seguir defendiendo el futuro, que todo lo que está en juego, tan importante como los rayitos de vida, puede ser tan frágil y perecedero si lo damos por hecho. Entonces se activó la potencia y la agencia de todo un país o de una de sus partes. Fue una victoria sobre todo de ellas: entre las mujeres la Izquierda aventajó en 1,1 millones de votos a la Derecha, según análisis de Metroscópia.
Ya a punto de regresar, estuve en una comunidad de guardianes del bosque. Son unas 150 familias que viven en el corazón del parque natural, reserva de la biosfera, Trifinio-Fraternidad, donde resisten al desalojo lento del Estado. Allí lo de las mariposas fue ya un despropósito. Se me anidaron detrás de las orejas y en las corvas, en los bolsillos del chaleco, se me colaron por dentro de la blusa — alguien debió chivarles que tengo la risa fácil donde el costado izquierdo. Traviesas, me hicieron la zancadilla varias veces (o fueron los palos húmedos del bambú atravesados en el camino a mala uva). Para despedirse me elevaron como en un baby huracán con aleteos de todos los colores: malvas, alhelíes, púrpuras, amarillas, nacaradas, rosadas, rojas, y otros tantos destellos de luz para los que no tengo nombres.
Pregunté qué era aquella locura. Me explicaron que una antigua leyenda del pueblo maya Náhuatl, hoy casi extinto, cuenta que las mariposas, instantes antes de morir, conocedoras de su final, se buscan y se juntan en torno a una presencia, un cuerpo, una energía cualquiera sobre la que prolongar su existencia y su belleza, como queriendo obrar una nueva metamorfosis, otro renacer. Dicen los guardianes del bosque que de esta manera las mariposas vencen a la muerte y mantienen viva la alegría.
Ay Santi, si pudieras sentir este calorcito, si supieras del raceteo de las mariposas, tal vez así se te fuera esa carcasa de bravucón malcarado. No lo olvides, ha ganado la España alegre, que también madruga y tiene apellidos simples entre los que hay, por cierto, formas árabes, latinas y asiáticas de llamarse y de decir. La España de las periferias, del Orgullo y del amor libre, del vivas y libres nos queremos, de los nietos y bisnietos de la Memoria que se niegan al retorno de la Historia. Ay Santi, qué pena que no puedas dormir. Grita conmigo, tú también Alberto, veréis cómo alivia: ¡Vivan las Españas Alegres! Si gustáis, podéis entonarlo también en gallego, euskera o catalán. No apenarse, las mariposas nos custodian.